L.
se llamaba este amigo que lamentablemente ya no camina entre nosotros
pero este post se lo dedico.
A
L. se le diagnosticó una enfermedad fulminante que por ahora no vale
la pena detallar, excepto contar que le afectaba los órganos
fundamentales incapacitándole para funcionar y tener una vida
normal.
La
única opción era un trasplante. Sin embargo aquí había tres
grandes problemas catastróficos:
1.
Que si sólo un trasplante es carísimo (al menos con el sistema de
salud en Chile, muy similar al estadounidense, donde la salud es un
negocio y en clínicas privadas manejadas por empresarios se accede a
servicio de calidad, mientras que en el sistema público la gente se
muere en los pasillos esperando por horas atención.).
2.
Que no es nada fácil encontrar donante de hígado, menos de páncreas
y otros dos órganos internos para un solo destinatario.
3.
Que las prioridades nacionales para recibir donación de órganos son
por lo general niños o adolescentes, alguien mayor de 30 y sobretodo
de nivel de ingresos digamos medio-bajo cae bajo en la larga lista de
espera y aquí no había tiempo.
Se
conversó mucho en la familia, si bien él tenía a sus padres aún
vivos vivía solo y en general llevaba una vida normal. Era evidente
que aunque la familia lograra reunir el dinero, a punta de créditos
bancarios de por vida, venta de todo lo que poseían prácticamente y
ayuda aquí el obstáculo mayor no era la falta de plata sino de
donantes y de voluntad para salvar su vida por ser mayor de 30 y con antecedentes de ciertos cigarros de cuando en cuando y alcohol
digamos no precisamente escaso. Pero es que L. disfrutaba la vida al
máximo, a cada instante y por eso no nos extrañó que incluso en
sus días más obscuros mantenía el optimismo, nos enseñó a todos
a valorar cada instante como si fuera el último (porque a él le
dieron 2 meses de vida los doctores), nos daba ánimo cuando nos veía
preocupados y nos hizo ver que mientras muchos de nosotros podemos
entristecernos o preocuparnos por perder algo, por un mal amor o un
problema en el trabajo, hay otras personas que les dan sólo 2 meses
de vida, “la vida puede ser siempre peor amigo, pero de ti depende
sacarle lo mejor!” le gustaba decirnos cuando incluso estaba en la
cama del hospital.
Hasta
que el milagro ocurrió: como mencionaba antes, el movimiento y las
gestiones para reunir dinero no escasearon y de pronto gracias a un
doctor que se había perfeccionado recientemente en Japón nos
enteramos de una especie de aparato “sustentador de vida” que se
había desarrollado precisamente para pacientes adultos que desean
llevar una vida más o menos normal: trasladarse, trabajar, etc. Lo
fabuloso de esto es que no se requería estar en cama ni depender de
un artefacto en tu pieza: la máquina sustentadora de vida era
portátil, se ponía en un bolsito no más grande que 20 centímetros
a la altura de tu espalda baja y conectada al cuerpo realizaba
funciones básicas y además monitoreaba tus índices vitales
comunicándotelos en todo momento a tiempo real a un visor o si
preferías a tu teléfono móvil. Espectacular, ¿el problema?
Precio. No hace falta detallar los miles de dólares si no mencionar
que se lograron recolectar.
El
ingenio llegó.
L.
se adaptó rápido a vivir con ese pequeño bolsito colgado a su
espalda y conectado a sus entrañas pero que le permitía caminar con
autonomía (las baterías tenían una duración fabulosa), salir,
trabajar, e incluso recrearse -en todo el sentido de la palabra.
A
todos nos pareció más sabio, se puso más atento al momento, dejó
de preocuparse, siempre estaba sonriente y a veces cuando yo u otro
amigo entre copas le preguntaba cómo era que sabiendo que su vida,
si bien salvada, pendía de un hilo podía demostrar ese sincero
optimismo de todas maneras nos decía que la vida era para
disfrutarla a cada momento, que él toda su vida había considerado
ese un cliché pero que ahora que le tocó en carne propia era
distinto el cuento...
Su
positivismo era honesto, con quien esté mantenía la misma sabiduría
de aprovechar cada instante y mandar a volar lo que es futuro y
también pasado, que lo que valía eran los minutos que la vida nos
brindaba en este ahora. Confieso que todos nos contagiamos de aquello
y re-descubrimos casi en un sentido Zen o budista lo de estar en el
ahora, “mindfulness” como le llamaba un amigo psicólogo.
Lo
que continúa es la parte más triste de este relato, el que me hizo
llorar y aún me causa esa emoción.
Resulta
que como L. descubrió la intensidad de la vida cuando se entregaba
plenamente a ella se puso confiado, decía que todos los seres
humanos tenían un propósito en este mundo, incluso Hitler(!) y que
ese delincuente que te quita tus pertenencias en la calle también
tenía su propósito en existencia tal como una hiena que le roba la
caza conseguida con sacrificio por un leopardo o ese rayo que
repentino cae del cielo ocasionando incendios estivales en zonas
donde miles de criaturas mueren, que la clave estaba en aceptar la
vida más que resistirla nos decía en sus últimos días, o al menos
eso recuerdo yo.
Fue
así como se enteró de la muerte un amigo cercano suyo, quiso
asistir pero no a funerales ni ceremonias religiosas. El quiso
escaparse con ropas holgadas y encima el aparato colgante que lo
mantenía vivo hasta el cementerio una tarde días posteriores al
fallecimiento, solo. No se lo contó a nadie. Quiso de todas maneras
pagar sus respetos a quien se le adelantó.
La
narración que sigue es producto de lo que la policía local y los
medios informaron, yo -dejo constancia- no presencié esto, pero sí
doy fe que es verídico, y más aún doloroso.
L.
llevaba ya algo así de un mes con la máquina sustentadora de vida
cuando se acercó una asoleada tarde al cementerio. Llegó rápido a
lápida. No se sentía triste porque recordaba con cariño a este
amigo y tras su experiencia de vida aprendió que quienes se mueren
sólo se nos adelantan: para allá vamos todos. La familia del
fallecido lo puso en un mausoleo, entró. El mausoleo era amplio,
como esa familia, más luces entraban por ventanas. L. se detuvo un
momento frente a la cripta para tal vez meditar, orar, agradecer,
recordar, o simplemente estar. Había más gente alrededor visitando
otros seres queridos, de hecho un fornido hombre de aspecto rubio y
extranjero se acercó por detrás y esto debe haber sucedido en
segundos:
Con
un rápido y probablemente ensayado movimiento introdujo sus manos
bajo la chaqueta de L. encontrando las mangueras que iban hacia el
interior de su cuerpo, jalándolas con fuerza no tuvo problemas en
desconectarlas, luego removió el seguro que conectaba el aparato
sustentador de vida a la batería de litio y cargó la máquina, que
es casi del porte de una radio de auto, y sonrió con una mueca
silenciosa, se alejó sabiendo que L. jamás podría perseguirlo
porque sin esa máquina sustentadora de vida su muerte llegaba en
sólo unos minutos mientras que lentamente su energía vital se
drenaba inevitablemente.
Nadie
sabe que hizo L. en esos últimos minutos pero no se movió del
mausoleo, ahí murió y fue encontrado con una expresión serena.
Aceptó su muerte con resignación pero debe haber admitido su error
de arriesgarse.
Y
digo arriesgarse porque hay un antecedente que no he mencionado:
dichas máquinas sustentadoras de vida son carísimas, pero
carísimas. Como no todos pueden costearlas, hay mercenarios bien
pagados por rastrear beneficiarios de ellas que estudian y siguen a
la víctima hasta que logran robársela y re-venderlas en el mercado
negro a familias desesperadas. Es un macabro negocio porque estos las
venden más barato que la empresa japonesa fabricante pero aún así
se hacen millonarios, tanto así que manejan redes de operadores que
viajan de continente en continente para, casi como aves de presa,
seleccionar objetivos, estudiarlos y despojarlos de las máquinas.
La
policía internacional está bien al tanto de esta banda pero
aparentemente L. nunca oyó los consejos que le llamaban a ser
prudente y no exponerse solo. La familia también confió que no
llegarían hasta latinoamérica. Pero un tal Krebbers, de azules
ojos, rubia cabellera, musculosa contextura y sonrisa cuadrada se
alejó con la máquina hecha de platino y aún no se encuentra,
probablemente nunca se le encontrará tampoco.
A
veces la vida te da una segunda oportunidad sólo para nuevamente quitártela, casi con una sonrisa como la de ese Krebbers.
Y
bueno, como bien decía L. en vida, todos tenemos una misión que
cumplir en esta vida: si hasta Hitler tuvo una, con mayor razón el
infame Krebbers.
Y
este fue un sueño que tuve hace muy poco.
excelente relato... espero que sea un sueño como decís al final y no algo real... ya ni se que pensar!!
ResponderBorrarpero me gustó mucho....
sí, un sueño que tuve la suerte de recordar!!
Borrarsí, un sueño que tuve la suerte de recordar!!
Borrarmaster... nada de o sobre Bowie?? que pasó?? ja....
ResponderBorrarAh es que aparte de unas pocas canciones no sé mucho más, pero para eso tenemos tu blog pueh jejje
BorrarAh es que aparte de unas pocas canciones no sé mucho más, pero para eso tenemos tu blog pueh jejje
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