"Entre otros temas se habló de la pena de muerte. La mayoría de los visitantes, entre los cuales hubo no pocos hombres de ciencia y periodistas, tenían al respecto una opinión negativa. Encontraban ese modo de castigo como anticuado, inservible para los estados cristianos e inmoral. Algunos opinaban que la pena de muerte debería reemplazarse en todas partes por la reclusión perpetua.
-No estoy de acuerdo -dijo el dueño de la casa-. No he probado la ejecución ni la reclusión perpetua, pero si se puede juzgar a priori, la pena de muerte, a mi juicio, es más moral y humana que la reclusión. La ejecución mata de golpe, mientras que la reclusión vitalicia lo hace lentamente. ¿Cuál de los verdugos es más humano? ¿El que lo mata a usted en pocos minutos o el que le quita la vida durante muchos años?
-Uno y otro son igualmente inmorales -observó alguien- porque persiguen el mismo propósito: quitar la vida. El Estado no es Dios. No tiene derecho a quitar algo que no podría devolver si quisiera hacerlo.
Entre los invitados se encontraba un joven jurista, de unos veinticinco años. Al preguntársele su opinión, contestó:
-Tanto la pena de muerte como la reclusión perpetua son igualmente inmorales, pero si me ofrecieran elegir entre la ejecución y la prisión, yo, naturalmente, optaría por la segunda. Vivir de alguna manera es mejor que de ninguna.
Se suscitó una animada discusión. El banquero, por aquel entonces más joven y más nervioso, de repente dio un puñetazo en la mesa y le gritó al joven jurista:
-¡No es cierto! Apuesto dos millones a que usted no aguantaría en la prisión ni cinco años.
-Si usted habla en serio -respondió el jurista- apuesto a que aguantaría no cinco sino quince años.
-¿Quince? ¡Está bien! -exclamó el banquero-. Señores, pongo dos millones.
-De acuerdo. Usted pone los millones y yo pongo mi libertad -dijo el jurista.
¡Y esta feroz y absurda apuesta fue concertada! El banquero, que entonces ni conocía la cuenta exacta de sus millones, mimado por la suerte y despreocupado, estaba entusiasmado por la apuesta. Durante la cena bromeaba a costa del jurista y le decía:
-Piénselo bien, joven, mientras no sea tarde. Para mí dos millones no son nada, pero usted se arriesga a perder los tres o cuatro mejores años de su vida. Y digo tres o cuatro porque más de eso usted no va a soportar. No olvide tampoco, desdichado, que una reclusión voluntaria resulta más penosa que la obligatoria. La idea de que en cualquier momento usted tiene derecho a salir en libertad le envenenará la existencia en su prisión. ¡Tengo lástima de usted!"
....
Así inicia el cuento "La Apuesta" (1899) del ruso Anton Chejóv.
Finalmente la apuesta se concreta y el jurista comienza a vivir su reclusión. No quiero contar el final para motivar a que lean este cuento breve y lo disfruten tanto como yo.
Sólo puedo decir que me parece una historia fascinante, con sabor casi kafkiano, pero diferente a la vez.
Y por mi parte, considero más humanitaria la cadena perpetua, mejor vivir -aunque sea en reclusión- que no vivir.