¡Cuánto tiempo pasó desde esa primera entrada en Febrero! Probablemente me había olvidado.
No importa, gracias a una buena amiga libélula y esas cosas del destino me encuentro nuevamente motivado plasmando lo que pasa por mi cabeza y vida en este blog.
Los días han estado fríos en la ciudad ultimamente, de hecho nieve tuvimos hace poco, nieve de esa que danza al caer, de esa que inesperadamente lo cubre todo. Nieve que cruje bajo tus pies casi como las hojas secas en el otoño.
Tiene su magia el invierno. Para la mayoría de la gente parece ser el verano o la primavera sus estaciones favoritas pero algunos -si bien disfrutamos esos días largos asoleados estivales- definitivamente conectamos de maneras tan sublimes y exquisitas con la helada temporada de mediados de año que no se hace tan insoportable realmente el frío.
Noches largas, muy largas. Lunas que están brillando a las 7 u 8 de la mañana, soles que rápido se arrastran como sudario del oriente (en palabras de Baudelaire) casi sin salir de los cerros para volver a ocultarse y entregarse al hemisferio norte del planeta.
Si mi verano se vio algo interrumpido por preocupaciones de tipo financiero, mi invierno me encuentra bien preparado, quizá manteniendo algunos excesos pero en muchos sentidos con mayor sensación de equilibrio, o al menos momentos de equilibrio, ¿existe algo diferente en todo caso? algo así como una vida equilibrada, libre de contratiempos, de problemas, de preocupaciones de penas... supongo que no y sería aburrida tal vez.
Mi gata junto a mí estira su garrita tratando de alcanzar la uñeta de guitarra que reposa aún en la mesa tras la sesión de anoche. La atrapó, la lanzó al piso. La vio caer, la ignora. Ahora huele el cable del computador, luego al techo, luego me mira y recuerdo que la vida es ahora y no está nada mal...
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